jueves, 25 de agosto de 2011

LXXV

LXXV

Señoras la soga ya me aprieta,
En el infortunio de esta vida,
La locura se me antoja dulce,
Risueña en mi mente,
La presión de la realidad,
Me mata poco a poco,
Con el yugo me acomete,
Cruel como el odio,
Más si la miro a los ojos,
Ya no reconozco cual fue mi camino,
Olvido su voz, como mi condición,
Destierro de mi mente su recuerdo,
Amargo sentir de un sueño,
De una promesa que fue maldita,
Por el odio y el miedo,
En un lugar y un tiempo,
Que no deseo,
Que no recuerdo,
En un dolor que es mi tormento.
Señoras el olvido es mi cuna,
El dolor me arropa,
Como una madre protectora,
Que me hostiga a vivir,
En esa agonía que fue mi dicha,
Una alegría destruida,
En manos de una confianza,
Que se convirtió en venganza,
De la envidia y la pérdida,
De una esclavitud involuntaria,
De unas ataduras en promesa,
Díganme señoras,
Otorgaríais el descanso eterno,
A esta alma moribunda y amargada,
Cuyo único pecado fue amar,
Sin condición ni descripción.





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